JENNY CARDENAS
La canción popular es, seguramente, una de las claves de nuestra diversidad Diversa --- y dispersa --- en sí misma, la canción popular propone, sin embargo, un entretejido de vínculos donde las diferencias, sin perderse, sé anundan quizá cómplices. Y cómplices por supuesto, en la creación y la interpretación excepcionales que no en vano están siempre cerca de la fiesta.
Este
disco de Jenny Cárdenas es una cuidadosa búsqueda –en la voz, en los
arreglos; pero también en la investigación y selección--- que transita
un territorio donde nuestros espacios y tiempos distintos tienden a
convertirse en un solo cuerpo. Vientos y cuerdas, se dirían, hacen de
puentes (como ejemplarmente se puede oír aproximado, entre otros, “El
camba” y “Misterios del corazón”. Parafraseando una fórmula célebre
parece que la “memoria colectiva” está estructurada como un lenguaje---
de canciones.
Destacando
sólo lo poco que puedo seguir, diría que todo ello, es finalmente, muy
concreto; pues, aquí, el taquirari y el yaraví, el huayño y la cueca, el
kaluyo y el bailecito que conviven no son frías categorías musicales
sino, más bien fragmentos de territorios e historias que, gracias a
Jenny Cárdenas, escuchamos como si alguna vez hubieran andado juntos. Y,
como aquí todavía, el territorio propio está ocupado, Padilla y el
Teniente Villa cabalgan juntos.
Es
que el recurso no es añoranza; es sólo el rincón del olvido donde se
espera (Sáenz). Presencias. Así escucho algunos homenajes que las
evocan. En el taquirari “Misterios del corazón” como no escuchar también
a doña Gladys Moreno. Un gesto análogo al que explicaba Fernando
Rodríguez Casas cuando decía que pintaba un valle cochabambino siguiendo
la mano de don Raúl Prada. Otro homenaje, en mi manera de oír, es el
yaraví “Tiempo”, pues en alguna ocasión, nos ayudó a comprender el
destino de René Zavaleta Mercado. Y qué ejemplar en pluralidades es en
esta pieza: un yaraví, género de antaquísima tradición, en manos de una
musicalidad más contemporánea y sobre el sugerente tema del retorno,
donde el espacio de las errancia no es ajeno al del origen. Y desde
Felipe Delgado nos viene “No le digas” de Jaime Sáenz, el que sabía de
nuestra diversidad y complejidad como cuando nos habla de un saco de
aparapita.
Sabemos
que esto sucede en todas partes, que las canciones populares sostienen y
ayudan. Pero podemos imaginarlas locales en su pluralidad diseñando
también nuestra complicidad en una función de un sentido para esta
nuestra vida. El canto de Jenny Cárdenas lo dirá.
Luis H. Antezana J.
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